No es necesario haber leído textos de Derecho, mucho menos haber estudiado Leyes -repaso mis años de estudio y el Derecho Canónico lo recuerdo como la travesía a pie por un desierto- para darse uno cuenta de lo que quiso decir quien escribió: “el derecho penal está pensado y redactado para castigar a los robagallinas”, es decir, enchirolar ladronzuelos con el estómago arrugado. Su intención no era pedir que la justicia los deje libres sino descubrir una sociedad repleta de ladrones de guante blanco, de multimillonarios que deberían estar en la cárcel, pero andan sueltos por el mundo. Y creo que tenía en mente sobre todo a los que roban desde posiciones de gobierno, políticos en activo, y a cuantos mienten, embrollan y esconden sus ganancias con objeto de no pagar a Hacienda los impuestos correspondientes, incluidos multinacionales, industriales, comerciantes, médicos, abogados, clérigos y un largo etcétera. En otras palabras, venía a decir que vivimos en un mundo no al derecho sino al revés, regido por una justicia que castiga las manos limpias y premia las manos sucias, que quita a los que a duras penas viven para dárselo a los que nadan en la abundancia, que permite que las mujeres, valiendo y trabajando a la par con los hombres, ganen menos que ellos, que poco menos que desconoce en la práctica los derechos de los niños y los ancianos, una justicia que ve cómo pasean y ríen sus propias trampas señores acomodados en palacios y en aviones privados y no mueve un dedo porque actúan legalmente, a sabiendas de que lo legal es con frecuencia inmoral y antiético. ¿Habrá sido siempre así?, se pregunta uno. ¿Será parte del DNA de la humanidad? ¿Por eso resultan inoperantes las revoluciones? ¿Será la evolución al ritmo impuesto por la naturaleza la llamada a arreglar el entuerto? ¿Y si llega tarde, la víspera del juicio final? Me siento con la nariz fría y los ojos perdidos en una lluvia de hojas que caen de los árboles y el viento arrastra. Es otoño en Atlanta.

Javier Arzuaga – 0ctubre 5, 2016

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