Escribí ayer una cartita a una señora querida amiga periodista mexicana. En la recta final de la carta, al decirle adios, hice referencia a la recta final de mi vida. Algo así como ”Aquí …, viviendo y tratando de andar a gusto lo que me quede de vida”. Mandé la carta y al rato me sorprendí pensando… por qué altibajos nos lleva la vida. Los que me regalaron los Andes, igual en Colombia como en Ecuador, Perú y Bolivia, fueron impresionantes. Barrancos de muerte en alguno de los cuales estuve a punto de caer. Pero y las otras simas… La geografía del alma esta repleta de riscos, de precipicios… ´Recordamos´ a veces lo que nunca vivimos. Son más las veces en que preferimos olvidar lo que sí vivimos. Muchos caen en el camino. A algunos se nos da el vivir una recta final. A los entrados en años. El cuerpo se ha vuelto o está volviéndose un trasto viejo. Los pies no responden si salgo a pasear, la fatiga me paraliza a poco que me ponga a subir escaleras, me cuesta sostenerme tieso, recta la columna vertebral, molesta el dolorcito este que asoma a ratos en el pecho, la comida apenas sabe, cuando leo o escribo se me hinchan de sueño los ojos y cuando me acuesto se va de paseo el sueño. Y los cansancios y las dudas y las turbulencias y los miedos en el alma… Pero no. ¡Vade retro, Satana! Si alguna, es la última, la hora que debe vivirse con dignidad. Sonreír. Estoy vivo. Doy gracias a Dios. Quiero cubrir feliz la recta final. Y sigo pensando… Eramos estudiantes de filosofía y corría el cuento aquel del grupo que hablaba de comida, de los platos y sabores preferidos, y le preguntan a uno que estaba callado, Oye ¿y tú?, y va y responde el aludido, Yo pienso. Pienso es lo que comen las mulas. Pero la cabeza es terca y sigo pensando que cuando suene la hora, me encuentre cantando a la Vida…

Javier Arzuaga – Noviembre 16, 2016

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