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Angel Katarain – Kepa Matxain

(Entrevista a Angel Katarain para la revista ARGIA)

"Estaba rodeado de sonidos, y era imposible no hacer canciones"

Entrevista (versión euskera publicada por Argia el 23/5/2021)


Ángel Katarain es un conocido técnico de sonido, pero pocos sabían que cuando todos
se marchaban del estudio IZ él se quedaba allí, experimentando con los instrumentos
que encontraba. Entre 1983 y 1993 grabó 42 canciones que evocan ambientes
coldwave y postpunk –piezas únicas y muy dispares a lo que se hacía entonces en el
contexto vasco–. Como la promoción siempre le ha molestado, los ha tenido a la
sombra durante muchos años, mostrando solo a amigos y allegados –y después
subidos a una dirección de bandcamp–. Ahora, el nuevo sello Hegoa diskak ha
reeditado una selección de esas canciones, y con la excusa nos hemos reunido con él en
la plaza de Ordizia. La conversación musical nos ha llevado al ambiente político de la
época, y así han salido a colación las continuas detenciones, las escapadas a las cuevas,
el asesinato de su hermana Yoyes, y otras cuestiones.


No le gustan demasiado los medios de comunicación a Ángel Katarain
Gonzalez (Ordizia, 1961). «Por temas de mi hermana, la prensa sensacionalista ha
estado a menudo dando vueltas por aquí y al final acabas negándote a quien no lo
merece». Sin embargo, no ha rechazado la propuesta. «No rechazo nunca un café con
personas motivadas por la palabra, la ciencia o la cultura. Si vienes a la plaza de Ordizia
con la grabadora, hablamos, y si sale algo que merezca la pena, lo publicas». Katarain
ha crecido entre cacharros. A los 12 años era capaz de construir un equipo de
altavoces con la ayuda de su abuelo carpintero. Luego, de la mano de Fernando Unsain
comenzó en los estudios IZ como técnico de sonido. Participó en la creación de M-ak
con su íntimo amigo Kaki Arkarazo –posteriormente se reencontrarían en el proyecto
Matxinadak–, pero se alejó poco a poco del grupo a medida que éste se iba
influenciando de sonidos del punk-rock anglosajón. En 1995 fundó el estudio Azkarate
junto a Jonan Ordorika y Amaia Apaolaza. Ahora está cerrando ese ciclo: ha sacado los
trastos del estudio y se ha adentrado “en el mundo de la maternidad”, cuidando de
Iara. Con todo, no tiene tiempo de aburrirse.


El disco recoge nueve temas compuestos entre 1983 y 1993. ¿Qué te ha parecido la
selección que ha hecho Mikel Acosta?


Me sorprendió su propuesta de publicación. Promover este tipo de estilos ha servido
sobre todo para perder dinero y amontonar en casa paquetes con música que no
puedes dar salida, pero bueno, parecía que estaba en su salsa y con lo difícil que es
encontrar gente motivada en estos tiempos no iba a ser yo quien le desanimara –si
buscas «antiguayas» ahí tienes, cuarenta y dos canciones viejas–. Él hizo dos versiones,
y me parecieron bien las dos. La primera, un poco larga, no entraba en vinilo, y tuvo
que acortar, al final quedaron seleccionados nueve temas. En los primeros –1983 a
1986– todo está grabado micro en mano sobre cinta magnética, a base de tocar y
repetir, sin muchas ayudas técnicas, y la electrónica pesa poquito –viejas cajas de
ritmos y teclados de época–. En los siguientes, la electrónica y los secuenciadores
empiezan a coger más poder y tanto la grabación como las mezclas van en soporte
digital. A la hora del mastering ha habido que trabajar la conexión sonora entre lo más
viejo y lo menos. De todas formas, Mikel ha priorizado en la selección los temas más
antiguos.


Me da la impresión de que la portada del ilustrador Jon Zabaleta refleja bien tu
mundo musical…


Ha captado muy bien la idea. Mikel le habrá contado algo… Ese rollo del tipo metido en
su cápsula, era tal cual. Vivíamos en nuestra burbuja, y que no nos vieran, pero con
cañones hacia fuera (risas). Mi abuelo, que tenia frases muy pintorescas, siempre me
decía: «Ángel, la mitad del mundo está de ojos hacia fuera, y la otra mitad de ojos hacia
dentro». Mi música era interior, de ojos hacia dentro. No me gustaba el descontrol ni el
alboroto… el rock, el punk, incluso el folk tradicional lo relacionaba con eso. Eran
mensajes al exterior. Casi todos los grupos que me tocaba grabar cuando empecé a
trabajar en la discográfica IZ, aunque eran de estilos muy diferentes, eran al exterior, y
eso tiene mucho que ver con publicar, vender, y esas cosas. Yo nunca he tenido interés
por resonar fuera de mi capsula. Disfrutaba haciendo, y solo con pensar en promover
ya lo pasaba mal. No sé, hay gente que lo hace con su música, y me parece muy bien,
pero a mí no me apetece.

Angel en los estudios IZ (1985)


Son nueve temas que nada tienen que ver con las tendencias dominantes de aquella
época en el contexto vasco. ¿Qué influencias tenías?


Muy pocas, o no lo sé. Yo a veces hacía las canciones, y luego Kaki Arkarazo me
buscaba las referencias. Éramos de pueblos colindantes y amigos desde la
adolescencia. Conectamos enseguida. Años después crearíamos juntos aventuras
como ‘M-ak’ o ‘Matxinada’, pero al principio él venía con sus guitarras a mi casa y yo
–que trasteaba ya con la electrónica– trataba de quitarles los ruidos, y hacerle
amplificadores y pedales de distorsión. Él estaba muy interesado por la música de
fuera. Cuando ya en Donostia empezamos con el cuento de las grabaciones, me decía:
“hay un grupo que se parece a eso que tú haces”, y me traía el disco de ‘The
Residents’. O escuchaba una canción mía y me decía: me recuerda a ‘Brian Eno’, o a
‘Cocteau Twins’, o es calcado a Laurie Anderson. Y me daba cuenta de que había
conexión entre esos artistas y yo, pero no los había oído hasta entonces. Es verdad,
casi nadie inventa nada, en el mundo siempre hay alguien que ha hecho algo muy
parecido antes que tú. El único disco que no sé como llego pero rebotó en mi casa sin
parar fue ‘Timewind’ de Klaus Schulze. Yo no sé cómo funciona la mente, si lo que uno
escucha luego se refleja en el exterior, pero nunca he intentado eso de “voy a ver qué
hace éste ahora para ver si consigo impregnarme en esa onda”. No he tenido esa
inquietud o necesidad. Yo la canción la encontraba: por la mañana estaba de técnico
para otros en el estudio, y ya me empezaba a resonar la música que iba a grabar para
mí a la noche.


Creabas casi sin ponerte a ello.


Me venían las melodías a la mente, y si no tenía una grabadora a mano, desaparecían.
Bob Dylan decía: ‘La música está ahí, tiene experiencia propia y solo espera que
alguien la vea y la escriba’. Y creo que tiene bastante razón, no es algo que hagas solo
tú. La canción se muestra de pronto, como partes de un puzle que vas atrapando del
aire y articulando, te envuelve y tú la canalizas hasta el grabador. Si no lo conseguía yo
solo, echaba mano de Kaki o de Amaia Apaolaza –que más tarde se embarcaría
conmigo como mano derecha en todo–. Yo les tarareaba melodías y ellos –que
manejaban mejor la técnica musical– la sacaban rápido con la guitarra o con el teclado.
También me ayudaron algunos otros músicos que en esos días coincidían por el
estudio. Si se quedaban hasta tarde corrían el riesgo de tener que participar (risas).
Pero llega un día en que la música ya no te envuelve, no te rodea, y no tienes nada que
canalizar –y si lo intentas vas a hacer una chapuza–. En aquella época yo estaba
rodeado de sonidos, era imposible no hacerlo. Es como cuando te enamoras de alguien
y no puedes parar hasta que se lo sueltas. Estaba deseando que llegara la noche
porque tenía miedo de que se me escapara. Cuando quedaba sólo en el estudio, veía
qué instrumentos quedaban a mi alrededor, cogía algunos y empezaba. Hasta que no
lo eyaculaba, no paraba. A veces pasaba toda la noche sin dormir haciendo un tema, y,
al día siguiente, esperaba de nuevo a terminar la jornada, y lo mezclaba. Para mí lo
más importante era sacarme la canción de encima. O lo saco, o mañana será otra cosa
–y no podía permitir que se esfumara–.


Me sorprende que las canciones te vinieran como de la nada.


Sí, es curioso, pero a la vez normal, es como si algo te hiciera verlas. Lo he contrastado
y no es nada único, te contarán cosas parecidas casi todos los artistas, cada uno a su
manera: unos en sueños, otros despiertos, una ventana se abre de pronto en la cabeza
y están ahí las notas, la pintura, la danza, la escultura que vas a moldear… Llevo más de
veinte años sin crear porque mi ventana se cerró. A veces vas paseando y te viene una
melodía. Pero no estoy hablando de eso, sino de no poder evitar crear, porque tienes
que eyacularlo. Todas las canciones de este disco tienen eso en común.


Excepto Sala 5 y Sala 3, que están grabadas en las cuevas de Arrikrutz.


Sí, a las cuevas íbamos a ver qué ocurría. Llevaba mi primera cámara de video y con
ella grababa también audio, e interpretábamos como en una especie de txalaparta
golpeando en las estalactitas de la gruta. Era otro mundo interior y sonoro. La cueva de
Troskaeta en Ataun y luego la cueva de Arrikrutz cerca de Oñate eran además mi
entorno propio, allí escondía hasta reservas para futuros exilios que ya intuía. Muchas
veces me iba solo, y me tiraba una semana haciendo fotos iluminando con carburo
linternas y velas, y escuchando las gotas sobre las estalagmitas, sin reloj, comiendo de
latas, crema de avellanas, chocolate, naranjas, sin saber si era de día o de noche. Llevé
allí a mucha gente en un intento de compartir aquellas sensaciones… es que mi casa
era aquello. La casa de Ordizia era donde estaban correteando mis nueve hermanos,
mis padres, toda la locura y la alegría que puede proporcionar tanta familia, pero
también la policía por las noches, las manifestaciones, las huelgas generales, las
detenciones y retenciones constantes… A veces llegaba tarde al estudio donde
trabajaba porque estaba dando vueltas por Donostia dentro de algún furgón policial.


Por familia?


Claro. Yoyes estaba ya en el punto de mira, y los familiares y amigos de la gente
exiliada estábamos vigilados. Yo me cogía un tren para ir a una exposición a Madrid, y
en el mismo tren me detenían, o al llegar. Y si no en los controles, o al ir al estudio, o al
salir de él. Al ir o venir de los conciertos. Todo el tiempo. Me daban ostias por todos los
lados y de todos los colores. Primero los Grises, luego los Marrones y también los
Verdes. Cuando tú vives así, esquivando calles, acojonado, llega un momento en el que
te conviertes en acero que camina, generas una especie de coraza que te aísla de ti
mismo. Yo me metía en una especie de escafandra, y veía el mundo desde ahí dentro.
Mi cuadrilla y amigos eran gente muy vinculada a la causa vasca y a su música. La
mitad terminaron presos o exiliados. Pero también tenía mi propia camarilla de hippies
oscuros medio extraterrestres amantes de Syd Barret, Frank Zappa o David Bowie,
gente que le gustaba la música pero que no estaba dentro de los círculos creativos
vascos, y que muchos acabaron pillados por la droga, o más tarde por el SIDA. A la
policía le tenía muy despistada, porque yo entonces tenía melena y un abrigo de pelo
negro viejo que daba miedo, y no sabían si era de ETA o yonqui o qué. A los sesenta
años sigo viendo el mundo desde esa burbuja. Quizás ahora sea más fina, pero sigo
mirando como desde otro lugar. Pero la escafandra me la puse en aquella época –en
defensa propia, claro–. Necesitaba algo para que cuando me dieran un mamporro me
llegara con menos intensidad al cerebro, y me quitara el miedo a salir.


Pero al mismo tiempo, tienes buenos recuerdos de aquella época.


Vivíamos acojonados, pero a la vez, éramos muy felices. Y había muchos incentivos
positivos: la libertad, el rollo hippie existencial, las montañas… discutíamos ya en
nuestras acampadas nocturnas sobre si los Taoístas mejor que los Budistas o al revés, o
sobre las enseñanzas de Carlos Castaneda, las drogas… –si te metes este hongo irá a
está zona del cerebro, o la mescalina, ácidos y todo lo que tocaba para la investigación
de nosotros mismos–. Pero yo no me fumaba ni un canuto, porque veía cómo les
afectaba a mis amigos. Yo me drogaba con el pedo que les subía a ellos. Y los llevaba al
monte, a las cuevas, buenos lugares para soñar y evaporar la mente… Desde allí el
mundo «real» parecía un cómic sin gracia y lleno de estiércol. A los días, como
aterrizando de un globo, bajábamos al pueblo, y todo eran movilizaciones, huelgas
generales. Yo era muy partidario de la independencia personal, pero no me importaba
demasiado la independencia de las naciones. ¿Qué eran las naciones? Me sentía un
poco ajeno a ese mundo. Todas las fronteras del planeta se han hecho con guerras y
sangre, ¿y querían poner más aquí? Me parecía muy bien espantar a los policías que
me perseguían, pero no estaba muy en sintonía con esa dinámica de la izquierda vasca
–tampoco era contrario a ello y si había que ayudar se ayudaba, pero en el fondo me
daba un poco-bastante igual, y cuando me invitaban a actividades les decía que yo iba
por libre–. Era amigo de gente que se repudiaba entre sí, pero es que yo me sentía
bien con cualquiera que tuviera la mente abierta. Desde mi burbuja algo me decía:
aquí si o aquí no te puedes quedar. Siempre me he acercado a personas que sintonizan
conmigo en alguna mecánica. No se elige a los amigos por sus ideas o pensamientos,
sino por una especie de vibración que no se sabe qué es, pero con la que sintonizas.


Seguramente funciona más a la inversa: uno acaba pensando lo que piensa por las
afinidades de las que se ha rodeado…


Sí, es invertido. Pero cuando eres joven sueles pensar que estás con amigos porque
piensan igual que tú. Yo rápidamente me di cuenta de que no, porque convivía a diario
en el estudio de grabación con gente que políticamente o musicalmente estaban en las
antípodas y no se aguantaban entre sí. A veces se repudiaban por el mero hecho de
pertenecer a estilos musicales diferentes. Desde niño y antes de salir de casa, tuve que
aprender a convivir con ideas contrapuestas. Al final, te das cuenta de que hay
conexiones que no tienen nada que ver con las ideas, y que son más fuertes, y que a la
larga son más eficientes, porque van cambiando a las personas. Hay algo ahí que tiene
que ver con la amplitud de miras. Hay gente que tiene las miras más amplias, y otra
más estrechas. Y otras que aun teniéndolas muy estrechas, tú sabes que se van a abrir.
Lo notas, esa persona con el tiempo se va a abrir, y va a saber contrastar sus mundos.
Hay otros que sientes, no se abrirán nunca, auténticos cabestros, algunos hasta
simpáticos y nobles, pero otros, almas nocivas que te aspirarán hasta la última gota de
energía y tienes que apartarte rápidamente. Pero aquellos de mente abierta no
importa qué pensamiento puntual tengan, porque su visión va a ir a mas sin necesidad
de que tú los ayudes. Y hasta te pueden aportar desde esa diferencia.


El día que mataron a Yoyes te pasaste toda la noche componiendo en el estudio.
¿Cómo recuerdas lo ocurrido?


Primero te comentare lo ocurrido para mí en la Euskadi de esos años. Aunque si
doloroso, no es demasiado especial, obedece a ciclos universales que se dan en la
historia una y otra vez. Todas las dinámicas del hombre contienen aciertos y errores,
las gentes de mente abierta reconocen el error, mejoran, evolucionan… Los cabestros
no. Y cuando estos empiezan a ser más o a manipular a la mayoría del grupo empiezan
los procesos de deterioro colectivo. Lo estamos viviendo hoy mismo a otro nivel en
muchas partes del planeta. A veces estos movimientos por razonables o inspiradores
que hayan podido ser en sus inicios van cerrando gradualmente los límites de su visión,
hasta entrar en procesos de degradación fatales. Espirales del sin sentido que arrasan
todo a su paso y terminan devorando hasta su propia carne, condenando su futuro
como organizaciones a la extinción. Solo después de muchos años vuelve una visión
colectiva desde un ángulo diferente y sentimos como totalmente incomprensible que
aquello pudiera haber ocurrido. ¿Cómo contarlo a nuestros hijos? Llegarán a pensar
que estábamos mal de la cabeza –quizás estos mismos hijos estén ya en un siguiente
ciclo. inmersos ciegos en una sucia espiral de algún tipo que los envuelve totalmente y
aceptan como normal–. Vamos, que no aprendemos y repetimos las cagadas una y
otra vez. Semanas antes del asesinato había conversado en Donostia con ella, y ya
estaba al tanto: la última neurona había abandonado ya por hastió la mesa donde se
decidía sobre la vida y la muerte en las entrañas de ETA. Ella temía por su vida. Para mí
era una exageración impensable: cabestros sí, pero tantos o para tanto, no. Los creía
conocer y se lo hice saber, pero a los pocos días comprobé que ella tenía razón. El
momento te llena de rabia y tristeza contra no sabes ni qué. No repudias al ser,
repudias al universo entero porque sientes que se volvió de golpe contra ti, el cristal de
tu burbuja se empaña, la imagen desaparece y los pies no obedecen. Las seis canciones
de piano de ‘Yoyes 1986’ nacieron esa noche, sin luz. Sentarme frente al Kawai que
teníamos en IZ y grabar, grabar y más grabar. Muy despacio, sin poder, o sin querer
moverme de allí. Todo seguido. A los días seleccioné las mejores partes, y añadí unos
efectos puntuales a la base principal.


¿Cuándo empezaste a dejar de hacer canciones?


Creo que tiene mucho que ver con las vidas más o menos aburridas que llevamos
todos. Desde 1993 empecé a pensar más de ojos hacia afuera, y abandoné poco a poco
esa mirada interior que tanto insistió mi abuelo. Había que pagar al banco, se acabó el
tiempo para uno mismo. Nos embarcamos en la aventura del estudio de Azkarate y del
sonido en directo a un nivel mas profesional: giras y viajes sonorizando y grabando
todo tipo de eventos por todas partes, y el trabajo se convirtió en lo primordial. Es
curioso: uno de los motivos para esa aventura era que no quería depender de nadie
para grabar mis canciones, y sí, grabamos muchas canciones a muchos artistas, pero
las mías no volvieron. La creatividad se acerca a la incertidumbre y aquellos primeros
años de los 70 y los 80 fueron tiempos de incertidumbre total. No sabías si mañana
ibas a comer, si ibas a estar detenido para terminar flotando sobre algún rio, o si los
rusos y los americanos iban a soltar la bomba atómica. Vivíamos despidiendo
familiares, amigos que iban presos, se exiliaban o morían, inmersos en la posibilidad de
que en cualquier momento podíamos no estar. Y cuando te acercas poco a poco al
mundo de la seguridad y te embulles en lo cotidiano, la creatividad te mira y te dice:
me voy hacia alguien que esté más inquieto que tú. Yo lo he sentido así.


Ahora que vivimos tiempos de incertidumbre, igual es un buen momento para
volver…


Sí, quizás estos confinamientos nos despierten a todos un poco y nos traigan visiones
nuevas. No sé, veo mucho zombi miedoso por ahí. Yo continúo minimizándome. Estos
días estoy desalojando definitivamente de trastos el estudio. Al pasar de tres plantas
en Azkarate llenas de artistas a una habitación con un portátil junto a una cama, un par
de altavoces y una niña con sus muñecas, veremos qué ocurre. A ver si con sesenta y
picos tacos la creatividad me pilla en posición receptiva. Igual se acerca cuando Iara se
aleje. O igual no vuelve nunca, no pasa nada –estoy contento con lo que me dejo en su
día y ya no la espero–. En la vida si tu mirada es abierta siempre hay sorpresas nuevas,
historias y mundos apasionantes por descubrir, y yo siempre estoy enredando en algo.
Por si acaso he guardado en el fondo de mi armario ropero, unos cables, el teclado y
algunos cacharros que suenan.

Angel 1983 en la calle Urdaneta de Ordizia

Entrevista en Blog de Mikel Iturria (castellano)

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3 Comentarios en Angel Katarain – Kepa Matxain

  1. Aupa Angel! Ya lei tu entrevista en Argia. Me encanto. Me la guardo para mi hemeroteca 🤩 Jota

    PD una de esas que estes sin escafandra puedes venirte de visita a Amoroto con la cria. Creo que tengo aqui algun cacharro que ya conoces, de tus tiempos de IZ…

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  2. Fascinate historia, que refleja una epoca dificil, de la perdida de amigos y seres queridos,debido a razones politicas de la epoca, pero tambien de una personalidad muy espiritual a la que el mismo alimantaba con sus aislamientos y daba rienda suelta a su arte. Me emosiono mucho la comprencion que el abuelo le ofrecia, entendia bien su forma de ser a pesar de la diferencia de edad,y sobretodo de la epoca,tan diferentes, lo cual parece ser que el abuelo compartia muchas de las cualidades de su nieto y poseia esa mente abierta o por lo menos la respetaba.

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  3. Genial la entrevista, artista , como tu atxona.

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