Histórico:

AT MIDNIGHT – Javier Arzuaga

In this age of almost daily atrocity, it is easy to become inured to arbitrary death. Reading At Midnight is a profound antidote to such complacency. Thanks to Arzuaga, I will go to my own grave much more keenly aware of the value, yet vulnerability, of every human life.

—William A. Douglass.

Un libro publicado en 2018, Center for Basque Studies, University of Nevada, Reno.

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PROLOGO:

Javier Arzuaga (1928-2017) fue un hijo de la cultura nacional-católica franquista en el País Vasco, un niño de Oñate que con apenas 10 años fue llevado al seminario de Aránzazu y con 23 años se hizo fraile y fue destinado a Cuba, que pertenecía a la provincia franciscana de Cantabria. Después de ser profesor en el seminario franciscano de Santiago de las Vegas, en 1956 fue nombrado párroco de Casa Blanca, el reparto portuario habanero contiguo al campamento militar de La Cabaña.
Estando Fulgencio Batista en el poder, Javier había intentado atender a los presos encerrados en la fortaleza. “Aquí no tenemos presos”, le había respondido el comandante y, como capellán, se limitó a dar misa a madres u esposas de los militares. El 6 de enero de 1959, habiendo entrado los revolucionarios a la capital, Javier se encontró con que el comandante militar de la fortaleza había sido sustituido por Ernesto Che Guevara. En el primer encuentro entre ambos, después de intercambiar comentarios sobre el origen vasco de sus respectivos apellidos, Javier le solicitó que le permitiera dar misa los domingos y visitar a los presos. El Che dio un no rotundo a lo primero y un sí rotundo también a lo segundo. No habría misas, catequesis o rosarios ni cristianos ni mahometanos ni budistas para los milicianos. En cambio, podría prestar atención espiritual a los presos que iban a ser juzgados, “puede visitarles cuantas veces quiera, a las horas que quiera y durante el tiempo que quiera”, y le avisó que iba a tener mucho trabajo, mucho, y le aconsejó que se revistiera de fortaleza.
Así comenzó el personal descenso de Javier Arzuaga a los infiernos. Una de las primeras medidas de la Revolución fue la creación de tribunales de justicia para juzgar a los colaboradores de la Dictadura. Muchos peces gordos habían huido junto con el dictador, pero otros muchos quedaron atrapados en la isla. Los arrestados en La Habana eran internados en la fortaleza de La Cabaña y, según Javier, si había 200 camastros, se amontonaron más de 800 prisioneros. En un ambiente de euforia popular y de desquite, comenzaron los juicios. Pronto llegaron las sentencias y algunos procesados empezaron a ser condenados y trasladados a una sección que se llamaría Galera de la Muerte.
Javier fue testigo privilegiado de las 55 ejecuciones que se realizaron entre febrero y mayo de 1959. Este libro es excepcional, porque “A la medianoche” narra pormenorizada y desgarradoramente la situación que le tocó vivir, el papel que le dio el destino de testigo no en el sentido de espectador sino de desesperado protagonista del patético oficio de consolador de condenados. No es fácil hablar con un sentenciado a muerte –solía decía Javier, que tuvo que hablar con cincuenta y cinco, y se le retorcía la voz al explicarlo–, deben llegarle de muy lejos las palabras, deben sonarle a vacías.
Al otro lado estaba el Che, un hombre entregado a la guerra revolucionaria, y encargado en ese momento de hacer justicia en relación a la represión de los últimos años. Todavía en el año 64 el Che hablaría en la ONU: “Hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es a muerte”. En La Cabaña, a la madre de un condenado le aconsejó:
“Señora, le recomiendo que hable con el padre Javier, que dicen que es un maestro consolando y dando ánimos”.
La desolación se adueñó de Javier desde el primer fusilamiento, pero desempeñaba con tanta convicción el papel que se le había asignado que el propio Che ordenó que nadie fuese ajusticiado sin que el fraile estuviese presente.
La propaganda anticastrista eleva a cientos y a miles la cifra de fusilados en La Cabaña durante aquellos días, Javier Arzuaga registra 55 entre febrero y mayo de 1959. Delimita la cifra del punto de vista cuantitativo, pero lo hace con una intensidad y una empatía que coloca el tema en un plano cualitativo. No se trata de 55 o 555, la cuestión es si, aunque fuera verdad que los condenados a muerte hubieran hecho correr la sangre, ¿no sería mejor evitar que siga corriendo?
La historia del abolicionismo de la pena de muerte ostenta a Maximilien Robespierre como uno de sus paladines, y a él se atribuye esta frase:
“¿Y qué pretenden enseñar con su ejemplo? Que no hay que matar. ¿Y cómo enseñan que no hay que matar? Matando“.
A pesar de apodársele “El Incorruptible”, Robespierre fue después responsable de miles de ejecuciones, antes de ser él mismo guillotinado.
¿No sería mejor renunciar a la violencia, incluso, y con más razón, a la violencia legal? Ese es la agónica pregunta de Javier Arzuaga, pasmado ante la muerte.
El libro no trata sobre el Che, más que lateralmente. Ni sobre los condenados, aunque retrate a varios de ellos. No se trata de aquellos hombres concretos, sino sobre la vida humana en sí misma. La vida de cada individuo humano, que quiere ser reconocido en su existir y no dejar de ser él mismo. Es decir, que se opone a la muerte de una manera física y hasta de una manera metafísica.
Y es un autoanálisis de cuerpo entero de su propio autor. Javier Arzuaga hace recordar al “San Manuel Bueno, mártir” de Miguel de Unamuno, porque también aquí la fe adquiere el sentido de salvación frente a la nada. Javier, como el Manuel de la novela, vive el conflicto entre la fe y el sentido de la realidad de una manera que bien podría calificarse de agónica. Apela a un Cristo resucitado para suscitar la confianza en la inmortalidad del alma entre los condenados. Intenta que esos hombres atrapados que viven como si fueran a morir enseguida, mueran como si fueran a vivir por siempre. Advierte por momentos que su fe es incierta y su tenacidad infructuosa, pero sigue pensando en la conveniencia de que la gente crea en la otra vida para aliviar la situación en que se encuentra en esta. Es un hombre de fe que duda de lo que hace, pero, paradójicamente, la intensidad de su fe no puede ser sino directamente proporcional a la incertidumbre que lo asalta. Es ese sentimiento trágico de quien vacila entre la fe y la razón, entre la realidad y el deseo, la base de su actuación y de su escritura, y lo que, pienso, le dio sentido a la vida de Javier.
Este libro tuvo una primera edición que no satisfizo a su autor. Álvaro Vargas Llosa y los promotores políticos de Miami la publicaron con el muy específico propósito de desacreditar al Che Guevara. Para ello, no dudaron en cambiar el título del libro: “A la medianoche” les debió parecer vago o poco concluyente, y lo retitularon “Cuba 1959: La galera de la muerte”.
Javier vacilaba sobre la divulgación de su testimonio, consciente de que era fácilmente manipulable en el espectáculo político cultural en un tiempo en que la política internacional era saqueada por la ley del más fuerte y mediante la guerra. Al mismo tiempo, la memoria de los fusilamientos de La Cabaña eran parte tan intrínseca de su vida como su bazo y, a pesar de despertar viejos fantasmas, no pudo dejar de corregir y reescribir el texto, haciéndolo más explícito en algunos momentos y añadiendo desgarrados poemas en otros. Incluso así, tenía reservas a publicarlo, aunque sí quiso colgarlo en internet y acariciaba la idea de una reedición, no para la politiquería sino, para la lectura abierta y sincera.

(Version eBook ingles) desde Amazon

(Versión fisica ingles) desde Amazon o desde Center for Basque Studies Bookstore

(versión castellano), A la medianoche

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